Reflexión económica
La sensación de que hemos encauzado la pandemia nos permite vislumbrar con prudencia tendencias optimistas para nuestra economía, todo ello, en concordancia con los signos de recuperación económica de las principales economías de nuestro entorno y a nivel global. Así, el comportamiento de los principales indicadores económicos nos hace prever un crecimiento de nuestro PIB de un 6,3% para este 2021 y de un 6% para 2022 dada la inercia de crecimiento del segundo semestre y por el efecto de la aplicación de las ayudas europeas. Unas cifras sin duda buenas, pero sobre las que hay que valorar el punto de partida. Hay que reconocer que ya en el primer trimestre de 2020 estábamos creciendo menos que la media europea, que teníamos, como siempre, el doble de paro, y una pérdida de competitividad que se reflejaba en la disminución de nuestras exportaciones. Es claro que una actitud optimista será siempre amiga del mejor comportamiento económico, pero teniendo en cuenta que este deseable optimismo no nos ha de hacer caer en la ingenuidad o la pasividad porque los próximos meses van a requerir de reformas y sacrificios que con el respaldo de las ayudas comunitarias pueden convertirse en ventajas para el mañana.
Más allá de políticas del largo plazo, tenemos ahora encima de la mesa asuntos sobre los que cabe trabajar y a los que hay que prestar atención. Así, aunque todo indica que el incremento de nuestra inflación será una tendencia pasajera, por los comportamientos volátiles que la originan, esperemos tener razón en esta afirmación y que la misma no se consolide al alza. Será peligroso entrar en una espiral de alta inflación que se traslade a los costes, lo que restaría competitividad a nuestra economía.
Otro elemento que determina un eficiente crecimiento económico lo constituye un sistema fiscal que contribuya a mantener un necesario equilibrio a la hora de definir las aportaciones de los contribuyentes al sistema de cara a cuadrar las cuentas públicas. Si bien, tanto nuestro modelo impositivo como los tipos que se aplican en España son perfectamente homologables con los de países de referencia, lo que hace que el margen de maniobra para abordar una reforma integral del sistema sea limitado, ello no significa que no se pueda afrontar el estudio de nuevas medidas o retocar las actuales sin grandes estridencias. En este sentido, una ordenación en la fiscalidad autonómica y local que mitigue la tensión que existe, fruto, entre otras cuestiones, de la opacidad de la actual legislación, luchar contra el fraude fiscal mediante la concienciación ciudadana y el uso de las nuevas tecnologías para optimizar los recursos, así como los tributos medioambientales que contribuyan a cambiar las conductas pueden ser medidas a tener en cuenta para ganar en eficacia impositiva.
También en estos momentos debemos tener en cuenta el previsible incremento del número de concursos de acreedores tras el fin de la moratoria concursal el próximo 31 de diciembre. Sobre esto, tan preocupante como el número, lo será la capacidad de nuestro sistema concursal para garantizar una solución ágil y eficiente de las insolvencias que no deprima más nuestro tejido empresarial favoreciendo la supervivencia de empresas viables y la liquidación en las mejores condiciones para las inviables. En este sentido, la reciente reforma concursal aprobada por el Gobierno si bien introduce mejoras impulsando los planes de reestructuración para tratar de evitar así el mayor número posible de liquidaciones –dado que las empresas en España llegan tarde al concurso–, ha dejado de lado aspectos importantes como los mecanismos de alertas tempranas dispuesto en la Directiva Europea, así como una cierta ausencia de claridad en la profesionalización de la asistencia a los empresarios en los procesos de reestructuración.
Está claro que estamos asistiendo a una coyuntura económica de cambio que no mantiene una inercia respecto de la tendencia antes de la crisis sanitaria, términos como sostenibilidad o digitalización son vertebrales en este cambio. A ello se une que la actual exuberancia financiera, más rápido, o más lento, va a terminar, y a ver cómo nos coge.
Valentín Pich
Presidente del Consejo General de Economistas