El ‘Tecnoestrés’: cuando la tecnología se convierte en una carga

23 de Octubre 2024

El tecnoestrés es un fenómeno cada vez más común en la sociedad actual, producto del uso excesivo y mal gestionado de la tecnología. Se refiere al malestar psicológico y emocional derivado de la imposibilidad de adaptarse adecuadamente al ritmo y las exigencias de las nuevas tecnologías, tanto en el ámbito personal como en el laboral. Aunque la tecnología ha traído beneficios incuestionables, como la facilidad de acceso a la información y la mejora de la comunicación, no está exenta de riesgos en lo que a salud mental respecta.

 

En el ámbito personal, este tipo de estrés tecnológico se manifiesta a través de la ansiedad, la dependencia tecnológica y la sobrecarga de información. El individuo está expuesto a una avalancha de datos las 24 horas del día, lo que genera una sensación constante de saturación mental. Esta "infoxicación" hace que muchas personas sientan que nunca están lo suficientemente actualizadas o que siempre están perdiéndose algo importante. Un claro ejemplo de esto es la compulsiva necesidad de revisar el teléfono móvil en busca de notificaciones y actualizaciones en las redes sociales o correos electrónicos, incluso en momentos de descanso. La tecnología, que debería ser una herramienta para mejorar la calidad de vida, se ha convertido en cierto modo en una fuente constante de estrés y agotamiento.

 

Sin embargo, es en el entorno laboral donde el tecnoestrés tiene un impacto más profundo. El trabajo remoto, que en principio parecía una solución ideal para equilibrar la vida personal y profesional, ha difuminado los límites entre ambas, creando un ambiente de disponibilidad constante. Hoy en día, muchos empleados sienten la presión de estar conectados en todo momento, responder correos a cualquier hora y estar al tanto de todas las novedades en su campo de forma continua. Esta exigencia de estar “siempre disponible” genera un estado de alerta permanente que impide desconectar, lo que conduce al agotamiento mental y físico. Además, la rapidez con la que la tecnología evoluciona en el ámbito laboral exige a los empleados una actualización constante de sus habilidades, lo que genera inseguridad y ansiedad ante el miedo de quedarse atrás o perder competitividad. Esto, combinado con la falta de formación adecuada en muchas empresas, agrava aún más la situación, ya que los trabajadores no solo deben enfrentarse a la presión de aprender nuevas herramientas, sino también a la frustración de no dominar completamente las que ya existen.

 

Por otro lado, no podemos obviar la complejidad de muchas de estas herramientas tecnológicas, que lejos de facilitar el trabajo, lo complican (especialmente para las generaciones mayores, dando lugar a la “brecha tecnológica”). La introducción de nuevos sistemas o aplicaciones sin una adecuada preparación del equipo genera confusión, errores y una sensación de incompetencia que socava la confianza de los empleados. A pesar de que muchos directivos promueven la incorporación de estas herramientas con el argumento de que mejoran la productividad, lo cierto es que, en muchas ocasiones, lo que generan es una sobrecarga cognitiva que termina siendo contraproducente.

 

Sin embargo, a pesar de que la tecnología puede generar presión y sobrecarga, no se debe dejar de lado su finalidad principal: ayudar a las personas como una herramienta más que es. Con una gestión adecuada podemos encontrar un equilibrio saludable entre nuestra vida digital y nuestro bienestar. Es fundamental que aprendamos a establecer límites claros, tanto en el entorno laboral como en el personal, y a utilizar la tecnología como un complemento que potencie nuestra productividad sin sacrificar nuestra tranquilidad. Con una mayor conciencia sobre el impacto del tecnoestrés, y con la implementación de medidas que promuevan un uso más consciente de la tecnología, es posible aprovechar sus beneficios sin comprometer nuestra salud mental.